Casa Chema, La Arquera (Oviedo)

El pasado fin de semana mi familia cruzó la península de norte a sur para visitarme en Oviedo y de paso  -porque lo importante aquí era que llegaran mis jerséis- estar juntos el día de mi cumpleaños. Semejante gesto tenía que ser recompensado de alguna forma así que para el domingo, aprovechando que teníamos a nuestra disposición el mítico Polo, nos acercamos hasta esta recóndita casa de comidas situada a escasos kilómetros de Oviedo y la localidad de Las Caldas, galardonada en varios certámenes y concursos de cocina asturiana con el título de ‘Mejor Fabada del Mundo’ y con bastante buena fama a sus espaldas.

La visita a Casa Chema la disfrutas desde el primer momento en el que arrancas el coche y conduces por la carretera que te lleva hasta tu destino. El camino discurre entre montañas, cruzando el río Nalón en un par de ocasiones y con un sol maravilloso a mediodía. Sólo por esto merece la pena salir de Oviedo a comer en verano. Los que vivís aquí todo el año difícilmente podréis valorar esto pero para alguien que viene del sur es una gozada discurrir entre tanto verde. Al llegar al restaurante me asaltan sensaciones e inquietudes. Me fijo en que, para ser una casa de comidas, cuidan bastante ciertos aspectos como la mantelería, la carta o el servicio de sala y en que, estando perdido de la mano de Dios, tienen toda la terraza reservada. Algo bueno se tiene que cocer en estas cocinas.

¿Cómo es la cocina que practican? Es bastante ambivalente, en la carta encuentras desde platos de cuchara asturianos típicos de una casa de comidas, como la ‘galardonada’ fabada (leitmotiv de muchas visitas) o el pote, hasta platos con cierto aire creativo, aunque estos son minoría en el conjunto. En nuestro caso nos decantamos más por lo clásico -lo ‘viejuno’ como me gusta a mí nombrarlo- y empezamos con unos entrantes a base de cecina y queso y unas croquetas de marisco, que no quería que mi visita se marchara sin probar las maravillosas croquetas asturianas, cremosas a más no poder. Son de los que se empeñan bastante en que en todo momento sepas qué estas comiendo. De este modo os puedo contar que la cecina que tomé era del Valle del Esla y el queso de vaca de Vare Ecológico, una transparencia que a algunos puede llegar a cansar pero que yo valoro positivamente. Saber nunca está de más.

Para los segundos hubo quien se bajó del barco a última hora y se decantó por un wok de verduras ecológico -sacrilegio en un santuario fabadil– y los que no sólo pedimos fabada sino que redondeamos con unos callos de bacalao con langostino. Lo de la gente que se pide cocina saludable cuando uno está en pleno festival del lípido y la arteriosclerosis es para hacérselo mirar. Llega el punto en que parece que lo hacéis para hacernos sufrir pero quién sabe, a lo mejor los que sufrís sois vosotros en vuestra burbuja light. Volviendo a lo importante, quizás fueron las expectativas creadas o el plato de cecina previo pero yo eché en falta un punto más salado en las fabes. El resto no fallaba en nada, desde la presentación con el caldo separado para ajustar ‘a tu punto de grasa’ hasta el sabor de la carne, chorizo. morcilla y tocino asturiano. Los callos fueron el descubrimiento del día pues reconozco que apenas sabía que nos íbamos a encontrar al pedirlos, pero era plato de cuchara y había que darle una oportunidad. Los preparan con la vejiga natatoria de este pescado. No es la tripa del pescado, es una víscera que hace la función de ‘flotador’ al bacalao. La textura es muy gelatinosa, incluso más que la de los auténticos callos y, por lo que he podido leer están bastante de moda por aquí.

Cerramos la comida con un broche perfecto, un contundente arroz con leche ‘quemao’, de cuchara profunda y melosidad encomiable, el cual tuvimos que comernos dentro por un pequeño temporal que se levantó a última hora. Las cosas que tiene el verano en Asturias, el tiempo es un ‘quiero y no puedo’ sensacional.